viernes, 28 de enero de 2011

Elección y destino
A mi amiga, la de siempre.
Siempre tuvo una afinidad especial con los muertos. Sí, con los muerto: Cortázar, en especial. Quería escribir como él, pero con un toque de Quiroga en los textos; con algo de sangre y misticismo, en general como la muerte a la latinoamericana; y con estos elementos constantes en las páginas de sucesos de los diarios caraqueños. A pesar de que ninguno de los dos fue periodista, lo único que ella quería era escribir, contar historias. Oscar Wilde dijo alguna vez que para ser un escritor solamente hay que tener algo que decir y escribirlo. Visto de esa manera, se puede decir que es un oficio fácil, aunque Stephen King (que no está muerto, pero escribe bastante sobre ellos) afirma que para escribir bien, uno debe leer cuatro horas y escribir otras cuatro. Un trabajo de ocho horas. Ya no parece tan fácil y más cuando adicionamos las 100 páginas que debemos leer para escribir una sola buena, según dijo Kapuscinski.
Cuando tenía catorce años, ella lo descubrió. Cuando leyó un poema de Neruda: La Poesía. "Y fue esa edad, la poesía llegó a buscarme...". Aunque no había sido la poesía, sino la prosa, para efectos prácticos el verso funciona. Así que la chica comenzó a escribir una historia, tonta, pero una historia. Nunca la terminó. No obstante, sigue siendo una historia. En clases de castellano se destacaba, escribía historias que a sus amigos fascinaban. 

— Tienes talento —le dijo la profesora después de clases, uno de esos martes calurosos de mayo.
Ese momento fue de revelación, ya sabía qué quería hacer: escribir libros. Nunca había notado lo mucho que le gustaba escribir y tampoco notó hasta ese día la cantidad de libros que tenía en su biblioteca. A los 14 años, 32 libros. Todos leídos de cabo a rabo. Después llegaron los quince años y, con ellos, otra tonelada de libros e investigaciones a fondo sobre los autores clásicos de la literatura mundial.
— Me encanta lo que escribes, nunca dejes de hacerlo —una amiga cercana le comentó, tras leer un fragmento tonto de la tonta novela que solía escribir en los años mozos y varios textos en el blog despotricando sobre la política. 

Dieciséis años, muchas decisiones y, fundamentalmente, exceso de inocencia.
— Si estudias comunicación social, no vas a hacer plata y te van a tratar mal —le advirtió una de sus tantas tías.

Pero la vocación es algo muy grande y no hay que negarse a escucharla. Después de dos pruebas y meses de incertidumbre, la comunicación social fue la elección y el destino de esa chica de la biblioteca abarrotada de libros escritos por muertos y recortes de periódico en su cartelera, donde se hace el funeral a los recuerdos.

4 comentarios:

  1. Me gusta la tercera persona. A mí me dio miedo intentarlo, pero tu la pegaste del techo :D

    Me gusta la forma en que hilaste todo, se nota que las frases de toda esa gente calaron mucho en tí.

    Ah, y lo de la conexión con los muertos, amo esos detalles.

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  2. Yo tambien supe desde el principio que eras tu, quizas porque (creo) te conozco.

    Amiga, estas escribiendo hermoso. Te veo grandes mejoras.

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  3. No habia leido esto, esta muy genial! es la clase de cosas por las que te amo cada dia mas! :D

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  4. Cierto, ni Cortázar ni Quiroga fueron periodistas, pero José Rafael Pocaterra, Arturo Uslar Pietri, Guillermo Meneses, Ernest Hemingway, José Saramago, Gabriel García Márquez, Truman Capote, Graham Green, Carlos Monsivais y muchos otros sí lo fueron.

    Quizás lo que los separó a ellos de esos comunicadores vejados o desacreditados que menciona tu tía, fue eso que dijo Sarte: «la genialidad no es un don, sino una sobre-exigencia».

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