sábado, 24 de abril de 2010

DOS
Viajan en metro, pero ninguno se mira a los ojos. Van juntos, pero no se miran. La niña lleva un lazo en el cabello, el hombre unos libros en la mano. Un sábado común, caluroso y nublado, que pudo haber pertenecido a otras épocas, sin embargo, el calor delata los tiempos que vivimos. Un sábado que intuyo semejante a un domingo, pero con tráfico denso. El sol se pone poco a poco por la superficie, sin que los que cruzamos la ciudad por tuberías subterráneas nos enteráramos. Sus caras podrían decir mucho, lástima que no sé leerlas.
La gente en el subterráneo de Caracas suele ser ruidosa, y la niña los observa con cierto recelo, cansada de jugar en aquel parque que ya no es lo que era antes. Ella parece ansiosa y trata de hacer que el tiempo vuele.
-- Deberíamos acercarnos a la puerta --dijo la niña, al pensar que se acercaban a su destino. El hombre negó con la cabeza apoyado sobre la puerta derecha del vagón.
Durante la pausa oscura que se da entre estación y estación, el hombre parece perdido entre nubes de pensamientos sin nombre, tal vez pensaba en sus errores, tal vez no. Los vagones retumban con el movimiento alienado característico de las máquinas. La distancia entre él y la niña se incrementa cuando la mira de reojo, como a una extraña. Creo que no la reconocía como parte de sí.
El tren llega a Plaza Venezuela, al dejar de moverse la niña avanza mientras pone sobre sus hombros un pequeño bolso rosa, el hombre sostiene firmemente los libros y ambos, pero separados, salen juntos hacia su destino.

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