domingo, 7 de agosto de 2011

Gatas que miran el atardecer

En una de esas tardes hediondas a vainilla, encima de la mesa del comedor se paseaba una gata angora. Miraba por la ventana del apartamento del tercer piso. Miraba a la expectativa de que apareciera un pequeño pájaro inocente capaz de aventurarse entre las plantas de ramas que cuelgan por las rejas de aquel apartamento. Habían dos mujeres dentro del cuarto y las sombras de la tarde les cubrían los rostros.

— ¿Estará cazando algún pajarito? —dijo una de ellas.
— No hay ningún pajarito cerca —observó la más vieja—. Yo creo que a ella le gusta ver el atardecer.
— No seas ridícula...

Y la hora anaranjada cubrió la montaña, los edificios y el silencio. La gata se dio la vuelta en silencio y  detalló a la más vieja. Luego se acercó al borde de la mesa, se acurrucó sobre su costado izquierdo y cerró sus ojos color cielo.

lunes, 11 de julio de 2011



No es que esta entrada necesite realmente una explicación, pero se las daré. 
Primero, lamento haber estado tanto tiempo inactiva. De hecho, he estado escribiendo, poco, pero algo hay. Esto fue algo que tiene como tres meses cocinándose. Sé que no es fabuloso ni nada, pero es sincero. No se trata de mí, y tampoco estoy buscando un cambio social, sólo retrato una realidad. Me costó mucho, me costó mucho reconocer mis sentimientos acerca de este cuento. Traté de que fuera lo más neutral posible. Espero que nadie se sienta aludido, no está inspirado en alguien en particular.

Experimento de vida número 2
Memorias de una gorda
Las lágrimas de vergüenza y ansiedad le recorren los ojos para caer en sus mejillas rechonchas. A veces ella se imagina que sus lágrimas son grandes gotas de grasa y que si llora mucho perderá suficiente peso como para ser una chica de portada de revista. También imagina que los lamentos queman 100 calorías por hora. A pesar de querer perder peso, ella saca de la nevera un helado gigantesco, abre el envase y hunde la cuchara más grande que consiguió en aquella mezcla de azúcar, hielo, grasas trans y chocolate. Engulle los inmensos bocados a una velocidad increíble, Tatiana come como si alguien vendrá a robarle toda la comida de la alacena o como si fuera una animal preparándose para hibernar. De quinientas en quinientas entran las calorías por su boca, ni siquiera llega a sentir el  sabor, sin disfrutarlo.
Ahora llora con las películas románticas y empieza a perder la esperanza. Piensa que nunca le sucederá algo especial.
Antes de llegar a la cocina hay un espejo y Tati siempre lo evita a toda costa. No entiende cómo se le pudo ocurrir esa idea tan terrible a su madre. Pero ese día lo hizo, se miró en el espejo y estudió cada centímetro de su cuerpo (y ella sintió que se hicieron infinitos). Se observó como aquella vez a los trece años, cuando Tatiana comprendió que ella no era como las demás chicas de su clase. Entendió que el bendito niño del que se enamoró platónicamente, no le iba a corresponder porque su trasero no entraba en un jean talla cuatro. Claro, Tatianita no lo supo sino después de estudiar la superficie de las chicas de las revistas y de sus compañeritas de clase. Le tomó una hora frente al espejo, recopilar todas las imágenes que la televisión y las revistas le enviaban y comprobar que su figura no era precisamente un esbelto reloj de arena. Sus huesos no aparecían debajo de su piel. Ahora entendía porque le costaba conseguir ropa y porque sus curvas no podían atravesar la multitud y llegar hasta el final del estrecho pasillo del autobús.
Tatiana siguió observándose, como no lo hizo durante siete años de vergüenza. Se levantó la camisa y observó su vientre inflado y redondeado. Ochenta y cinco centímetros de cintura, noventa y cinco kilos en toda su anatomía y una talla veintidós en la etiqueta de sus pantalones.
Las lágrimas seguían brotando y de las memorias salían las burlas de la gente en la calle. “Gorda, aquí hay más comida”, gorda, gorda, gorda… Empezó a sentir asco de sí misma. Por años había tratado de ignorar su anatomía para evitar mayores penas, pero hoy no pudo evitarlo y ahora se juzga frente al espejo, con el maquillaje corrido y con la esperanza muerta. “¡Gorda, a que no pasas por acá!”, “Tati, estás más gorda, ¿no has pensado en hacer dieta?”.
Todas esas frases le rondan por la cabeza y la atormentan. Se burlan, en el trabajo, en la familia, sus amigos. ¡Todos la culpan! Tatiana se siente acorralada por fantasmas toma el cuchillo, no sabe si para cortar un pedazo de torta o para trazar líneas delgaditas sobre sus muslos.

miércoles, 2 de marzo de 2011



Experimento de vida número 1

06:03 a. m.

Todavía queda tiempo.

“¿Por qué me tienes en este limbo?”, me pregunto mientras me cubro del sol con la sábana e intento dormir un rato más. Todavía queda tiempo. Quizás dos horas de sueño me repongan veintidós horas de pensamientos destructivos.

***********

06:32 a. m.

No, es casi imposible dormir, en especial los días que me acuesto desenredando tus palabras, tratando de entender lo que somos y recordando lo que hicimos. Me excita tu misterio, y ahora lo único que me quedan son los recuerdos, recuerdos sensuales.

Me siento en el borde de la cama y dejo que mis pies floten a unos cuantos centímetros del piso helado, como jugando con fuego. Definitivamente era una de esos amaneceres que nunca quieres que terminen, por la belleza, el frío y la nostalgia… Saco un cigarrillo de la cajita blanca y roja que está escondida en la gaveta de mi mesa de noche, revuelta entre cosméticos, cremas y libros de Chuck Palahniuk.

Termino el cigarro y pongo a todo volumen un disco de boleros. Ya son las siete de la mañana, ¡qué importan los vecinos! “¡Despierten ya, vagos!”, grita la vocecilla provocadora que vive en mi cabeza. Canto:

Lo dudo, lo dudo, lo du-do…
Que halles un amor más puro como el que tienes en mí.

Me quito el pijama de puntos azules y me quedo desnuda. Le subo el volumen a Los Panchos y enciendo la ducha. Con este frío, esperar (sin ropa) a que caliente el agua de la ducha es un acto masoquista, pero me gusta y me siento sobre la tapa del retrete a seguir cantando y esperando, como siempre.

Paso mis manos delicadamente por mis brazos, y el agua me recorre el cuerpo, como borrando todo lo que pasó ayer. Después las piernas, el vientre, los pechos y mi sexo… Hay vapor de agua por todo el baño, ya no está frío. Está tibio y sonrío.
Me enrollo en la toalla y vuelvo a la habitación. Ahora la voz de La Lupe inunda y llena los rincones de mi cuarto.

Me seco y sacudo mi cabello, las gotas caen en todas direcciones. Y continuo la rutina: crema, desodorante, perfume, pantaletas de encaje, sostén a juego y algo más de perfume. Me pongo mi falda color beige y una blusa negra. Tomo el cepillo y acomodo mi cabello en una media cola. Me doy cuenta de lo larga que está mi cabellera y me gusta. La acaricio un rato sentada frente al espejo de la peinadora. Corrector, porque las ojeras me llegan a la boca; base, para emparejar las cosas; polvo, porque en toda vida necesitamos un polvo mágico; delineador, porque sí; rimel, para miradas matadoras; rubor, para que me vean sonrojadita y aniñada; y un lápiz de labios, para besar(te) mejor. ¡Y los zapatos! Unos tacones color piel que me hacen tocar las nubes y ver de cerca las estrellas. Los más altos, los más inesperados y, aún así, los tacones perfectos.

Apago la música, con mucho dolor; me pongo la chaqueta que hace juego con la falda; tomo el bolso; cierro con llave la puerta del apartamento; el ascensor un minuto de silencio junto a una vieja conservadora que me examinó de pies a cabeza con una mirada que gritaba “ramera”. 


“Sí, soy la puta del apartamento de al lado. La que anoche no te dejó dormir con sus gemidos”, le contesta la vocecilla dueña de mi cabeza. Sin embargo, las palabras no salen de mi boca.

Terminado el viaje, nos bajamos y cada quien toma un camino diferente: ella, izquierda; yo, derecha. Un obrero me mira el derrière con detenimiento y yo sonrío complacida. “Ojalá fueras tú… que de tanto verme la cara, y lo demás, me perdiste el gusto y te cansaste de mirarme de verdad”.

Camino despacito porque tengo tiempo y no quiero sudar. Recibo los piropos diarios durante los diez minutos de trayecto (del apartamento a la oficina) y me doy cuenta de que, con tantas distracciones, olvido el desayuno. Me detengo en la fuente de sodas a la que iba contigo (cuando me querías), y pido un desayuno: 

— Un croissant solo y un café negro, por favor. Sí, para comer aquí —le digo al chico de la barra, anticipando su pregunta.

Me siento en una de las mesitas metálicas que siempre me parecieron tan futuristas, y espero que salga mi pedido. En la mesa de al frente hay un viejito leyendo el periódico, yo lo imito, saco mi diario matutino y, de vez en cuando, mis ojos lo buscan por encima del papel. Me siento una niñita y dejo de pensar en ti.

Mi orden llega justo a las 9:05, y ya no puedo jugar con el señor. Me llevo el croissant a la boca, y, antes de que llegara a probarlo, el anciano dobla su periódico y se levanta de la silla. Mira en mi dirección, le sonrío. Él repite el gesto, se aleja con lentitud y se desdibuja entre la creciente multitud de personas que minuto a minuto van inundando las calles. Me puse triste, porque mi acompañante secreto se fue y continuo comiendo sin otra distracción.

Después me voy a la oficina. No quiero contarte cómo es mi día en la oficina, tú lo sabes. Unas correcciones por aquí —entre puntos y comas se me va el día. A veces pienso en ti, a veces me pregunto si estás con la otra follando en el cuarto de la fotocopiadora, mientras los demás almuerzan. Yo no almorcé, los viernes tú me llevabas a almorzar. Te espero un rato, pero sé que no vienes. Me llama mi papá, todo bien, sólo me extrañan un poco. Pongo mi disco de Bruce Springsteen, me gustan sus brazos, ojala los tuyos fueran así. Continuo trabajando.

***********

06:22 p. m.

Suena mi celular, ya casi todos en la oficina se iban. Eres tú, para mi sorpresa.

— ¿Aló? —pregunto confundida.

— Hola, Mariana —me dices con una voz divertida—. ¿Todavía estás en el trabajo? Te llamé a la casa y no estabas.

— Sí, aquí sigo. Tenía que terminar unas cosas, pero ya estaba por irme a la casa —mentí.

— Qué bueno que ya terminaste, porque te voy a ir a buscar como en diez minutos. Quiero verte.

— ¿Ah? ¿Estás en el carro? Yo pensaba que no te iba a ver hoy…

— Bueno, es una sorpresa. Espero que no hayas hecho planes, porque ya estoy cerca
—me dices entusiasmado—. Arréglate y nos vemos abajo.

Colgaste…

Corro al baño, y me miro al espejo desconcertada. Primero, debo quitarme la cara de no haber dormido en toda la noche. Mucho maquillaje, un peine, un cepillo de dientes y un poco de perfume. “No deberías verlo, debes dejarlo plantado”, ¡cállate, voz estúpida!

***********

07:03 p. m.

Odio tu sinceridad y ese talento tuyo para enredarme en estas cosas. A veces preferiría que nunca te hubieras aparecido en mi vida y que fueras sólo un obrero más que me toquetea con los ojos.
***********
02:18 a. m.

No sé cómo lograste convencerme, pero aquí estamos otra vez. Me amarras con tus brazos y duermes plácidamente. Me pregunto si ella te esperará.

Quería empezar a ser sincera contigo, así que escribí esto, para que sepas cómo se siente ser la otra.





viernes, 28 de enero de 2011

Elección y destino
A mi amiga, la de siempre.
Siempre tuvo una afinidad especial con los muertos. Sí, con los muerto: Cortázar, en especial. Quería escribir como él, pero con un toque de Quiroga en los textos; con algo de sangre y misticismo, en general como la muerte a la latinoamericana; y con estos elementos constantes en las páginas de sucesos de los diarios caraqueños. A pesar de que ninguno de los dos fue periodista, lo único que ella quería era escribir, contar historias. Oscar Wilde dijo alguna vez que para ser un escritor solamente hay que tener algo que decir y escribirlo. Visto de esa manera, se puede decir que es un oficio fácil, aunque Stephen King (que no está muerto, pero escribe bastante sobre ellos) afirma que para escribir bien, uno debe leer cuatro horas y escribir otras cuatro. Un trabajo de ocho horas. Ya no parece tan fácil y más cuando adicionamos las 100 páginas que debemos leer para escribir una sola buena, según dijo Kapuscinski.
Cuando tenía catorce años, ella lo descubrió. Cuando leyó un poema de Neruda: La Poesía. "Y fue esa edad, la poesía llegó a buscarme...". Aunque no había sido la poesía, sino la prosa, para efectos prácticos el verso funciona. Así que la chica comenzó a escribir una historia, tonta, pero una historia. Nunca la terminó. No obstante, sigue siendo una historia. En clases de castellano se destacaba, escribía historias que a sus amigos fascinaban. 

— Tienes talento —le dijo la profesora después de clases, uno de esos martes calurosos de mayo.
Ese momento fue de revelación, ya sabía qué quería hacer: escribir libros. Nunca había notado lo mucho que le gustaba escribir y tampoco notó hasta ese día la cantidad de libros que tenía en su biblioteca. A los 14 años, 32 libros. Todos leídos de cabo a rabo. Después llegaron los quince años y, con ellos, otra tonelada de libros e investigaciones a fondo sobre los autores clásicos de la literatura mundial.
— Me encanta lo que escribes, nunca dejes de hacerlo —una amiga cercana le comentó, tras leer un fragmento tonto de la tonta novela que solía escribir en los años mozos y varios textos en el blog despotricando sobre la política. 

Dieciséis años, muchas decisiones y, fundamentalmente, exceso de inocencia.
— Si estudias comunicación social, no vas a hacer plata y te van a tratar mal —le advirtió una de sus tantas tías.

Pero la vocación es algo muy grande y no hay que negarse a escucharla. Después de dos pruebas y meses de incertidumbre, la comunicación social fue la elección y el destino de esa chica de la biblioteca abarrotada de libros escritos por muertos y recortes de periódico en su cartelera, donde se hace el funeral a los recuerdos.

martes, 18 de enero de 2011

Sé que quizá no debería revolver las cosas más de lo que están, pero quiero hacer esto. Dedicarle algo a ella.
Nos conocíamos desde 7mo grado, pero realmente fuimos amigas desde 9no. Y cuando entraste a mi vida, me la cambiaste completamente, me hiciste ser mejor persona. Cuanto te conocí, yo era un desastre, una de las peores estudiantes del salón y tan tímida como un oso frontino. Cuando hablé contigo, me cambiaste. Tú eras tan centrada, inteligente y bella, siempre quise ser como tú. Eras mi roca, la persona con la que hablaba siempre, con la que compartí locuras como correr bajo la lluvia solamente para saltar en los charcos. Te quería mucho, te quiero mucho. Te contaba mis problemas, me escuchabas. Yo siempre te escuchaba, a pesar de que hablabas suavecito, casi como una brisa de verano. Siempre traté de hacerte sonreír cuando te sentías mal. Eras la única persona que yo conocía que le gustaba Sonata Arctica más que yo. Cantábamos Full Moon a toda voz y me invistaste a comer a tu casa. Te encantaba comer, pero no te gustaba cocinar. Te quejabas que tu mamá no te hacía el almuerzo en las tardes y que tu hermano escuchaba reguetón a todo volumen. Tu cuarto lleno de posters de Kurt Cobain, de Billie Joe Arsmtrong, de Ville Valo, de Homero Simpson, de Avril Lavigne… tu peluche de Bob Esponja y tu perrita Hershey, porque te encantaban los Hersheys de Cookie & cream… Siempre te los regalaba. Tu color favorito era el verde militar y tu cuarto era de ese color. Solamente usabas pantalones bota campana y tu cabello era negro azabache, pero en realidad sólo era un tinte, era castaño oscuro. Siempre que ibamos al Tolón, comías en Tony Romas; siempre que íbamos al San Ignacio, comías sushi. No te gustaba la Coca-Cola, sino el refresco de uva y el de naranja. Te pintabas las uñas de rojo, negro, morado, azul, blanco, plateado o todos juntos.
El 14 de febrero siempre me regalabas algo, sin embargo, no era un regalo comprado, me los hacías tú misma. Te gustaba leer, en especial, Harry Potter. Una vez vinimos del colegio y te quedaste dormida en mi cama, parecías un angelito. 
Ahora no entiendo por qué tuviste que irte de esa manera. De pensarlo se me pone la piel de gallina, o pilo erección, como se dice de verdad. Sé que ibas a ser una doctora excelente.
29/08/1992 - 16/01/2011.
Que en paz descanses, Michi, Efe Efe, Pioja, Miche, Duude, Freaky Friend. Te querremos por siempre.

viernes, 17 de diciembre de 2010


Boris Izaguirre: un animal de frivolidades
La Caracas de principios de los ochentas es un lugar muy diferente al que es ahora. Las páginas de sociales en los diarios siempre estaban colmados de celebridades locales, de estilo impecable y destilando elegancia en las fotos a blanco y negro que manchaban los dedos del ciudadano común. Y él era el escritor de una de las columnas de sociales más importantes del El Nacional, Boris era, es y será por siempre un Animal de frivolidades.
“Desde pequeño siempre fue un sabelotodo”, asevera mi madre cuando le menciono su nombre. Donde quiera que vaya, Boris despierta pasiones, odios, rencores y un poquito de envidia por ser uno de los pocos venezolanos que han logrado crearse un nombre en el viejo continente (Channel n.º 4 es uno de sus trabajos más reconocidos como animador de televisión en España, junto a Ana García-Siñeriz).
Presentador de televisión, escritor de vocación, columnista de oficio y fashionista de corazón, él mismo admite haber sido un niño solitario y glotón. Él era una pequeña lumbrera que caminaba con su mochila por la Plaza de los Museos. Desde pequeño fue un niño brillante y perspicaz; de hecho, una de sus mayores cualidades es la capacidad de observar. Quizá fue la influencia de su padre, Rodolfo Izaguirre, o tal vez la genialidad se lleve en las venas.
Uno de sus sueños más profundos era conducir el Miss Venezuela, y hoy en día ha logrado bajar las escaleras del escenario de Osmel Sousa durante dos años seguidos, algo que no cualquiera en este país ha logrado hacer. Ese acento ibérico forzado, es una de las características que las personas más detestan, pero definitivamente la manera en que Boris pronuncia ese “vosotros”, es inconfundible.
Con dos novelas exitosas bajo el brazo (Villa diamante y De repente fue ayer) además es autor de columnas para revistas como Marie Claire, Vanity Fair y Todo en Domingo, Boris Izaguirre demuestra que es más que pestañeos y glamour, es un personaje que se pasea por la delgada línea que hay entre la frivolidad y la intelectualidad. El mismo admite que es como “patinar en hielo frágil” y no deja a nadie sin tomar partido: lo amas o lo odias. Tan sencillo como eso.
Hoy en día, ya Caracas no es la de antes. Los personajes más chic del valle se han ido desdibujando por la ausencia y la distancia. La mayoría de las Margarita Zingg y las Carolina Herrera de este país han se han dispersado por el mundo, porque la ciudad ya no es la de antes: se ha endurecido con el pasar de los años. Las páginas de sociales de los diarios no son las mismas y se han ido reemplazando por páginas de sucesos, de las que ni Boris ha podido salir ileso: fue atracado en la puerta de su casa, junto a sus padres, el pasado 2 de noviembre de este año, pocos días después de haber conducido el Miss Venezuela. Sin heridos, pero con fuertes mensajes de homofobia en Twitter, dedicados a Boris.  Ya esta ciudad no es el lugar que solía ser.