jueves, 6 de mayo de 2010

La inspiración puede llegar desde los lugares más extraños del mundo (y del subconsciente). Esta noche mi padre me llevó a la misa de mi tía Lourdes, que en paz descanse.
Así que a las 6 de la tarde estábamos cruzando la avenida Fuerzas Armadas, yo me maquillaba en el carro porque, como siempre, salí tarde. La misa sería en la iglesia El Carmen en Catia, y a mí los recorridos por el centro de Caracas me embelesan. Pero este paseo, me encantó un poco más que los demás. Pasé por las antiguas residencias de algunos de mis amigos, me trajo recuerdos buenos, malos y feos, pero más que todo, buenos. Sonrisas adolescentes, amigos buenos que se fueron y amigos buenos que quedan.
La tarde estaba nublada hacía el oeste, por lo tanto, no vimos el atardecer por las ventanas del carro y ya saben cuánto me gustan los atardeceres, sin embargo, no me arrepiento de haberlo hecho. Pude ver la gente que pasaba por la avenida Sucre, gente que caminaba después de un largo día sin caras largas. Me dio un sentimiento de que no todo está tan mal, a pesar de las condiciones, no todo está tan mal. Ya sé que habrán quienes me colgarán por lo que acabo de decir, pero no pude evitar sentirme bien. Sonreír al horizonte.

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