lunes, 30 de agosto de 2010

(Ahora me doy cuenta de que he escrito demasiada mierda, nadie va a querer leer esto)

NO SÉ QUÉ DECIR
Forzándome a escribir para no perder el hábito, a ver qué sale.

Creo que algún día podré escribir sobre lo que me sucede, pero por ahora dejaré la ficción en paz y me dedicaré a ordenar mis ideas. Estoy segura de que ya tomé mi decisión, sé que si lo dejo pasar más tiempo volveré a cambiar de opinión, porque me conozco... al final nunca sé qué decir, al principio quizá calcule mis palabras, cuando cambien tus preguntas —o cuando cambie de parecer— ya no sabré qué decir. Por cosas de la vida, me puse a pensar en la primera vez que un chico me dijo que yo le "gustaba", ya sé, es algo totalmente inverosímil ¿quién puede gustar de una neurótica?... Pero, retomando la historia va más o menos así: 

El colegio dónde estudié primaria y secundaria —y todo lo demás— es bastante grande, quizá no tan grande y fancy como otros, pero era un monstruo al que siempre terminaban añadiéndole partes que no siempre hacían coherencia entre sí. Y les cuento todo este lío para que se hagan una idea de que la vaina era un desastre y que para llegar a dónde estaban los transportes —sí, habían varios— uno tenía que subir nosécuantas escaleras mientras cargaba un morralito de Barbie que tenía dentro las anticuadas y enormes guías Caracol de Santillana, que te hacían romper el lomo y los cuadernitos de comiquitas que se estilaban por ese entonces (¿Me estoy yendo mucho por las ramas?).

Uno de esos viernes en los que hace un sol terrible, nosotros, los últimos, los chicos de sexto grado subíamos las escaleras infinitas. Las niñas pasábamos con cuidado para no despertar al perro que te ladraba y escupía rabia, que vivía en una casa vecina al colegio, y los chicos subían corriendo a ver quién llegaba primero, excepto un chico. Me acuerdo de él, se llama Daniel, era morenito y era el típico niño que le sale vello facial encima del labio antes que a los demás. No quiero herir sentimientos, pero era un niño poco agraciado y de esos que huelen extraño y se burlan de todo. Obviamente, no era el niño que me gustaba. Pero ese día de sol, me llamó justo a la mitad de las escaleras y me dijo que yo le gustaba y vino la pregunta "¿Quieres-ser-mi-novia?". Yo ya estaba helada y cometí el error de mirar hacía arriba para confirmar que las otras chicas de mi salón lo habían escuchado todo y se reían de mí —o de la situación, no lo sé, nunca les hablé. Yo seguía realmente mal y congelada porque no me gustaba pero tampoco le quería romper el corazón. Y le dije "lo pensaré" —yo siempre tan madura— y salí corriendo. 

Al llegar a las tareas dirigidas le comenté a mis amigas sobre aquel incidente. Y Michelle me preguntó "Y le dijiste que no, ¿verdad?" No, no le dije que no, le dije que lo pensaría. Sin embargo la respuesta siempre estuvo clara para mí. Ella que era mi confidente y consejera en esos menesteres, me dijo que tenía que decirle que no. Pero yo no quería hacerle daño a nadie. Nunca ha sido mi prioridad, de hecho, nunca he podido decirle a alguien que su comida no me gustó o que el regalo que me dio simplemente no es tan fabuloso... Así que adivinen qué hizo Rosi, lo evitó durante dos años seguidos, y todo esto para no decirle "No". El lunes él llegó y me abordó en el recreo, yo le respondí que no había decidido. Él insistió durante un tiempo y luego se "olvidó" del asunto, o por lo menos eso creí yo. Llegamos al secundaria y él seguía estudiando en mi salón, lo malo es que no se olvidó de ningún asunto sino que la cosa se puso aún peor porque esa es la edad dónde los chicos descubren la pornografía y ahora no me pidió ser más su novia, sino que me gritaba cosas bastante subidas de tono por los pasillos del colegio. Y yo viví con ese abuso psicológico por no haber dicho que no. 

Volvió a pasar un año, y la vaina se complicó el triple. Ahora estaba empatado con mi mejor amiga Sofía, y a pesar de que estábamos sólo en octavo circulaban rumores asquerosos y grado treinta y tres sobre la relación que llevaban. Y no les comentaré sobre el incidente de "Niñera a prueba de balas" —sí, la película imbécil de Disney con el hombre musculoso que nunca sé cómo se llama— porque es horroroso. Yo le di un ultimátum a Sofía, ella no podía quererse tan poco para estar con un chamo que a la salida, cuando ella no estaba, me gritara cosas como "¡esas tetas, Rosi!"... Le dije: Sofía, mientras estés con ese cerdo no te voy a hablar. ¿Cómo es posible? (Y espero que Sofía no lea esto. Mil disculpas...) 

Eventualmente la cosa se calmó, lo botaron del colegio y creo que ahora tiene novia y canta rap o algo parecido, el otro día lo vi caminando por aquí. No nos saludamos, por razones obvias... Pero, la razón por la cual cuento esto es porque SIEMPRE me pasa lo mismo, a la hora de la verdad nunca sé qué decir y sólo dejo que ellos lo olviden. Pero a veces no lo olvidan y me atormentan, como Daniel.


4 comentarios:

  1. Awww! :/ Bueno, son cosas que pasan, horribles cosas que pasan, ya lo sé...

    Juro que de alguna forma estamos conectadas telepáticamente, o me estás espiando con un satélite ruso (?), pero hace un rato, mientras le secaba el cabello a mi hermana, me dió por acordarme de mi primer crush de pre-adolescente (si, por ahí por 6to grado), y del hecho de que hace poco una amiga lo sacó a colación mientras hablábamos.

    ResponderEliminar
  2. Idem. Been there, done that. Te entiendo, somos de las que preferimos morir a decir "lo siento, no me gustas..." :)

    ResponderEliminar
  3. A mí también me ha pasado eso de que no sé que decir, me tardo tanto tiempo pensando qué debo (o no) contestar, que al final no digo nada, o digo algo estúpido. Sería fino tener siempre el comodín instantáneo de "pregúntale a un amigo" en esas situaciones, pero para mí lo más facil es "escapar" . Supongo que con la experiencia, ya sabremos que contestar.. espero xD

    ResponderEliminar
  4. Conozco el sentimiento, odio quedar en blanco, generalmente me invento una historia que contar, y al final todo cambia, y nada resulta como lo pensé. :D

    ResponderEliminar