lunes, 16 de agosto de 2010

EL ENCUENTRO

Lucía había estado esperando que apareciera un tren en el andén de la estación durante lo que le pareció demasiado tiempo, quizá unos cinco o siete minutos. El Metro de Caracas llevaba retraso, como de costumbre, y Lucía, a pesar de que no estaba muy apurada, quería salir rápido de aquello que tenía que hacer. Su auto estaba en el taller porque al imbécil de su marido se le había olvidado llevar el carro a tiempo para su revisión de los 6 meses.
Tenía calor y se le notaba en la cara que no acostumbraba usar el transporte público, el lápiz de ojos negro comenzaba a correrle por la cara. Lucía tenía ganas de salir corriendo de la estación, se estaba sofocando poco a poco, y el andén se llenaba de personas segundo a segundo. A su lado pasó un hombre moreno, bajito y barrigón que le lanzó un piropo  bastante indecente, para seguir su camino hasta un extremo del andén. Ella suspiró y maldijo a su esposo en voz baja, para luego sentirse culpable y juró que no pensaría más en Carlos.
El tren arribó a las 2:33, que venía un poco cargado de gente, y Lucía tuvo un pequeño ataque de nervios, porque comenzó a preguntarse si esa era la dirección que debía tomar. “Voy a Propatria, ¿no? No sé, ¡no estoy segura! Carajo, necesito ver un mapa” pensó. Aún así decidió entrar. Él vagón que le tocó no estaba tan mal, tenía cierta cantidad de espacio personal y había aire acondicionado. “Esto no está tan mal como dicen” se dijo a sí misma mirando un pequeño mapa de las estaciones que tenía el Metro y se dio cuenta de que había tomado la dirección correcta. La joven mujer sonrió orgullosa, ahora podría vivir sin Carlos y sin el Corolla 2009, que de todas formas no estaba a su nombre. Lucía le tenía pavor a los taxis de la ciudad y Carlos no podía llevarla a esta diligencia. Respiró con alivio al darse cuenta de que sólo tenía que aguardar unas seis estaciones para llegar a su destino.
A la siguiente estación el tren se llenó un poco más y una estación más tarde Lucía se había arrepentido de decir que no era tan malo, ella se encontraba entre las puertas de la derecha del vagón y la espalda sudorosa de algún albañil, acorralada por varias mujeres que venían hablando de la fiesta de Menganito; allí se dio cuenta de que conocía a una de las mujeres que acaban de entrar a cuestas al vagón.
—¡Lucy! ¿Qué haces aquí? —la rubia platinada se acercó a Lucía lo más rápido que la marea de gente le permitió.
— ¡Hola, Adriana! —Lucía se sorprendió al darse cuenta de que todavía recordaba en nombre de la rubia.
Las mujeres se abrazaron y chocaron las mejillas en acto simbólico de un beso. Al ver de cerca a Adriana, Lucía se percató de que parecía cansada y que a pesar de que habían pasado seis años, la vida no había tenido clemencia con Adriana y que aquella que era considerada la más bonita del liceo, por los ojos azules, ahora rodeados por ojeras y lentes de mala calidad; el cabello dorado natural, que ahora gastado y sin brillo la hacía otra del montón; y sus curvas despampanantes no eran más que unos cuantos kilos de más sobre las caderas.
— ¡Te ves tan bien! —dijo la rubia con una sonrisa cansada.
— Igual tú —mintió Lucía.
— Gracias, pero creo que me he visto mejor —Adriana rió un poco—. ¡Tanto tiempo sin verte! Cuéntame, qué has hecho en estos últimos seis años.
—No mucho, me gradué y me casé hace un año —resumió un largo trecho de sube y baja de emociones con Carlos y esa pequeña gran infamia que sólo podía contarle a su analista. Luego se sintió un poco egocéntrica por no haberle preguntado por ella, y agregó—. ¿Y tú?
— Pues, yo me casé hace ya años y ahora tengo 2 hijos, un niño y una niña —dijo Adriana.
— Ah, qué bien —contestó Lucía, pensando en que se baja la próxima estación y en lo que le esperaba allí.
— ¿En qué estación te bajas? —preguntó la rubia—. Yo voy hasta Capitolio…
— Me bajo en esta, en Parque Carabobo, si no me equivoco. Tenía demasiado tiempo sin usar el Metro…

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— No sabes —comentó Lucía sentada en el borde de la cama mientras palpaba el piso debajo de la cama en busca de sus tacones—. Hoy tuve el día más extraño de mi vida…
— ¿Ah sí? —dijo el hombre, mientras le besaba su cuello desnudo—. ¿Qué te pasó hoy?
— Me encontré con una compañera del liceo mientras estaba en el Metro…
— ¡Guau, Lucía Isabel usando el transporte público!
— ¡Cállate, Daniel! —Lucía sonrió avergonzada y le pegó un suave manotazo en el brazo a Daniel como respuesta a su broma ácida—. Tuve que usar el Metro para llegar aquí porque mi carro está en el taller. Además, no fue sólo eso… sino que me he dado cuenta de que la vida da muchas vueltas. Esa chica era la más bonita que yo he conocido y ahora no es ni la sombra de lo que era. Sentí lástima y todo…
— Es cierto, la vida da muchas vueltas pero ¿por qué no te quedas conmigo un rato más? —dijo Daniel acercándola un poco más a él.
— Sabes que tengo que volver temprano, hoy no tengo el carro y Carlos quiere que salgamos a comer juntos —la expresión de Lucía cambió al instante y la culpa ese dibujó en su rostro.
Ella continuó buscando su zapato izquierdo y recolectando con pudor sus prendas regadas por varios rincones del pequeño apartamento.

3 comentarios:

  1. Uffffff! En serio, me encanta. Ya, de una, creo que es una de las mejores que has escrito, Rosi :)

    No importa lo extenso, lo vale, de verdad. Me gustó mucho como manejaste la rabia de Lucía hacia Carlos. El encuentro con Adriana fue genial: en tu cara, platinada! Hahahaha xD

    Pero definitivamente, la parte con dabiel fue mi favorita. Esos pequeños gestos como buscar el zapato mientras hablan, los besos, el remordimiento y la pena, me encantaron, lo ví muy nítido en mi cabeza, que es la idea después de todo. :)

    Te felicito! Marica, ganaste xD Hahahaha.
    Te quiero, sigue escribiendo por lo que más quieras :)

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  2. Buena historia! =) Al parecer, Lucía no sólo sintió lástima por Adriana, sino también por ella misma, por lo que estaba haciendo con su vida.
    Por cierto, me gusta como manejas la descripción, a mí me falta trabajar un poco en eso todavía xD

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