sábado, 13 de noviembre de 2010

Hoy por fin he decidido enfrentar el miedo que me daba revisar —y corregir— mi práctica de hace dos semanas. Dejar a un lado la crisis de perfección que tuve al darme cuenta de que no siempre puedo hacer las cosas perfectas. Esa en la que saqué un mediocre catorce —sí, se lee catorce, uno cuatro, 14— por pasar desapercibido unos cuantos detalles del cuento de Rodolfo Walsh Tres portugueses bajo un paraguas (sin contar el muerto) —que puedes leer aquí. Por tonterías e irreverencias de la vida quise llevarme por delante las indicaciones y decidí contar la historia a mí manera —la más problemática de todas— desde el punto de vista de una de esas mujeres que si saludas en la calle te cuentan todos sus problemas. Cualquier cosa menos apreciar el trabajo del desaparecido Rodolfo Walsh, una obra que sí pude apreciar cuando leí, este viernes, Esa mujer. Me propuse revisar mis errores, corregirlos y precisar detalles insignificantes que sostienen la historia. De cualquier forma, publico en mi blog la práctica mejorada para redimirme, no ante el profesor ni ante nadie. Solo perdonarme por no ser la mejor todo el tiempo, darnos un descanso porque, al final de cuentas, también somos humanos y nuestras capacidades distan de la perfección. Un ejercicio que muchos de nosotros debemos hacer. Puedes opinar al final, me gustaría recibir críticas constructivas —y destructivas también— pero ten en cuenta de que no lo revisé por ti, lo revisé por mí para mejorar y crecer un poquito. Aunque me encantaría que lo leyeras, opinaras y me ayudaras a mejorar.



LLUVIA




La vida da muchas vueltas y yo estuve ahí por casualidad. Estaba en el apartamento de Fernando, él se había marchado a trabajar y me dejó sola. ¿Me disculpa si enciendo un cigarro? Habíamos peleado, ¿sabe? Justo después de hacer el amor, lo llamó la enfermera esa que trabaja con él. ¡No la soporto! Cada vez que ella lo llama, sale corriendo. Sí, es su trabajo y esa se supone que fue una emergencia, ¡pero estaba lloviendo! Parecía que el cielo se iba a caer y esos truenos espantosos, y aun así fue a atender a un desconocido antes que a mí. Me rompe el corazón cuando me deja peleando sola, ni siquiera se preocupa de buscarme pelea, sólo me mira como ausente y se va. Así no más. Él dice que no entiendo lo que significa ser médico y que su trabajo es ayudar a la gente, y que en el hospital surgen emergencias todo el tiempo. Además, yo sé que su primer amor es la medicina, después es que vengo yo. Él único neurocirujano de todo el hospital. No hay presupuesto para contratar a otro que lo supla. ¡Malditos corruptos del gobierno! Ay, discúlpeme la imprudencia, yo se que no puede hablar mal del gobierno, ya que usted es funcionario público. También discúlpeme que llore, pero no lo puedo evitar.

El punto es que llovía, fuerte, así que me preparé una taza de café, ya sabe, para esperar despierta a Fernando, para decirle que me marchaba. Entonces me senté junto a la ventana, junto a su mugroso gato. Lo acaricié un rato y escuché la lluvia contra los vidrios y ahí los vi: cuatro hombres bajo un pequeño paraguas. Me pregunté porque tendrían un paraguas tan pequeño y el hombre gordito y bajito me hizo gracia. Cada uno miraba a una dirección diferente, uno a la derecha, otro a la izquierda, otro al frente y el último atrás; y se tocaban espalda con espalda. En realidad, toda la situación me hizo gracia, mas no pude reír. El gato se me sentó en la falda y comenzó a ronronear. Maldito gato. Un trueno me cegó por unos instantes y lo vi matarlo, el hombre bajito y gordito se volteó, sacó algo del bolsillo y sonó un estruendo que hizo que el gato me rasguñara las piernas y saliera corriendo. Lo siguiente que vi fue a un hombre en el piso, lleno de sangre y el sombrero rodando por el piso. Sí, el sombrero rodó por los charquitos de la calle y su frente chocó contra el pavimento. Yo me quedé en shock, no sabía que hacer, por cinco minutos observé cómo los otros tres hombres, uno de estatura más o menos normal y otro flaco y alto, más el gordito que lo mató, trataban de ayudar al muerto, pero era inútil, pues, ya estaba muerto, ¿no? Cuando llegué aquí su secretaria me dijo que fue muerte súbita. Entonces, fue cuando los llamé a ustedes, comisario, aunque no me atreví a bajar a ayudar al pobre hombre. Me dio una pena, pero no tengo llaves de la casa de Fernando. Ah, sí, luego lo llamé a él y le conté lo que pasó. Me dijo que me quedara tranquila, que dejara de llorar y que volvería a la casa a las doce. No me dijo nada más, así, como es él…

1 comentario:

  1. Intercambiemos blogs: http://suigeneris20.blogspot.com/

    a.k.a 3000frames

    Ahora leeré el tuyo

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