En una de esas tardes hediondas a vainilla, encima de la mesa del comedor se paseaba una gata angora. Miraba por la ventana del apartamento del tercer piso. Miraba a la expectativa de que apareciera un pequeño pájaro inocente capaz de aventurarse entre las plantas de ramas que cuelgan por las rejas de aquel apartamento. Habían dos mujeres dentro del cuarto y las sombras de la tarde les cubrían los rostros.
— ¿Estará cazando algún pajarito? —dijo una de ellas.
— No hay ningún pajarito cerca —observó la más vieja—. Yo creo que a ella le gusta ver el atardecer.
— No seas ridícula...
Y la hora anaranjada cubrió la montaña, los edificios y el silencio. La gata se dio la vuelta en silencio y detalló a la más vieja. Luego se acercó al borde de la mesa, se acurrucó sobre su costado izquierdo y cerró sus ojos color cielo.
María y la importancia de cuidar el vínculo con tu comunidad digital
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Hace algunas semanas me llegó un email de una chica que, por el nombre, me
sonaba bastante pero no acababa de ubicar bien. Por curiosidad abrí el
mensaje...
Hace 2 años
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