domingo, 7 de agosto de 2011

Gatas que miran el atardecer

En una de esas tardes hediondas a vainilla, encima de la mesa del comedor se paseaba una gata angora. Miraba por la ventana del apartamento del tercer piso. Miraba a la expectativa de que apareciera un pequeño pájaro inocente capaz de aventurarse entre las plantas de ramas que cuelgan por las rejas de aquel apartamento. Habían dos mujeres dentro del cuarto y las sombras de la tarde les cubrían los rostros.

— ¿Estará cazando algún pajarito? —dijo una de ellas.
— No hay ningún pajarito cerca —observó la más vieja—. Yo creo que a ella le gusta ver el atardecer.
— No seas ridícula...

Y la hora anaranjada cubrió la montaña, los edificios y el silencio. La gata se dio la vuelta en silencio y  detalló a la más vieja. Luego se acercó al borde de la mesa, se acurrucó sobre su costado izquierdo y cerró sus ojos color cielo.

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