lunes, 19 de julio de 2010

IV
Para Ornella, la que siempre será mi amiga.
“Lo sabías y nunca me lo dijiste…” eso fue lo último que le dije, antes de tomar mi bolso y salir corriendo desesperadamente.
Ahora que lo veo en perspectiva, me parece una reacción muy exagerada de mí parte, después de todo ella era mí amiga, sólo quería protegerme; pero a veces se comportaba muy torpemente, puesto que en su subconsciente adoraba hacerme sentir mal. “La sabelotodo” solía llamarla, nunca pensé que esa facción de su personalidad podría acabar con nuestra amistad. Un poco de envidia le tenía; siempre supo todo antes que yo, y en cierto modo me molestaba por yo no poder ser un poco como ella, sino que era una tonta común y corriente, la que hace todo mal. Pero yo había desperdiciado mí juventud, entre tragos amargos, bares mediocres y cigarros, mi juventud perdida… nunca volverá mí puerta.
Desde aquel día de noviembre nunca la volví a ver, aunque algunas personas cuentan haberla visto caminando sin dirección por las calles de la ciudad, que había perdido toda aquella lucidez que la caracterizaba. En cambio yo me había vuelto una amargada más del montón, toda alegría que alguna vez me describió se fue para no volver; mi vida se pasaba entre libros y noches de insomnio. Me pareció haberla visto hace algunos días, pero tal vez no haya sido ella; tal vez sólo fue un recuerdo en la mente de una escritora mediocre y fracasada. Los días transcurren en blanco y negro, como en una canción de amor del pasado; sin méritos, sin créditos, sin encanto.

1 comentario:

  1. Creo que todos tenemos alguien que nos ayuda a mantener los pies en la tierra, en otros casos a despegarlos del suelo. Entiendo el sentimiento, la amiga que siempre sabes cuando está mal, o alguien con quien te comunicas casi por telepatía. Perder a alguien así es difícil.

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