miércoles, 2 de marzo de 2011



Experimento de vida número 1

06:03 a. m.

Todavía queda tiempo.

“¿Por qué me tienes en este limbo?”, me pregunto mientras me cubro del sol con la sábana e intento dormir un rato más. Todavía queda tiempo. Quizás dos horas de sueño me repongan veintidós horas de pensamientos destructivos.

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06:32 a. m.

No, es casi imposible dormir, en especial los días que me acuesto desenredando tus palabras, tratando de entender lo que somos y recordando lo que hicimos. Me excita tu misterio, y ahora lo único que me quedan son los recuerdos, recuerdos sensuales.

Me siento en el borde de la cama y dejo que mis pies floten a unos cuantos centímetros del piso helado, como jugando con fuego. Definitivamente era una de esos amaneceres que nunca quieres que terminen, por la belleza, el frío y la nostalgia… Saco un cigarrillo de la cajita blanca y roja que está escondida en la gaveta de mi mesa de noche, revuelta entre cosméticos, cremas y libros de Chuck Palahniuk.

Termino el cigarro y pongo a todo volumen un disco de boleros. Ya son las siete de la mañana, ¡qué importan los vecinos! “¡Despierten ya, vagos!”, grita la vocecilla provocadora que vive en mi cabeza. Canto:

Lo dudo, lo dudo, lo du-do…
Que halles un amor más puro como el que tienes en mí.

Me quito el pijama de puntos azules y me quedo desnuda. Le subo el volumen a Los Panchos y enciendo la ducha. Con este frío, esperar (sin ropa) a que caliente el agua de la ducha es un acto masoquista, pero me gusta y me siento sobre la tapa del retrete a seguir cantando y esperando, como siempre.

Paso mis manos delicadamente por mis brazos, y el agua me recorre el cuerpo, como borrando todo lo que pasó ayer. Después las piernas, el vientre, los pechos y mi sexo… Hay vapor de agua por todo el baño, ya no está frío. Está tibio y sonrío.
Me enrollo en la toalla y vuelvo a la habitación. Ahora la voz de La Lupe inunda y llena los rincones de mi cuarto.

Me seco y sacudo mi cabello, las gotas caen en todas direcciones. Y continuo la rutina: crema, desodorante, perfume, pantaletas de encaje, sostén a juego y algo más de perfume. Me pongo mi falda color beige y una blusa negra. Tomo el cepillo y acomodo mi cabello en una media cola. Me doy cuenta de lo larga que está mi cabellera y me gusta. La acaricio un rato sentada frente al espejo de la peinadora. Corrector, porque las ojeras me llegan a la boca; base, para emparejar las cosas; polvo, porque en toda vida necesitamos un polvo mágico; delineador, porque sí; rimel, para miradas matadoras; rubor, para que me vean sonrojadita y aniñada; y un lápiz de labios, para besar(te) mejor. ¡Y los zapatos! Unos tacones color piel que me hacen tocar las nubes y ver de cerca las estrellas. Los más altos, los más inesperados y, aún así, los tacones perfectos.

Apago la música, con mucho dolor; me pongo la chaqueta que hace juego con la falda; tomo el bolso; cierro con llave la puerta del apartamento; el ascensor un minuto de silencio junto a una vieja conservadora que me examinó de pies a cabeza con una mirada que gritaba “ramera”. 


“Sí, soy la puta del apartamento de al lado. La que anoche no te dejó dormir con sus gemidos”, le contesta la vocecilla dueña de mi cabeza. Sin embargo, las palabras no salen de mi boca.

Terminado el viaje, nos bajamos y cada quien toma un camino diferente: ella, izquierda; yo, derecha. Un obrero me mira el derrière con detenimiento y yo sonrío complacida. “Ojalá fueras tú… que de tanto verme la cara, y lo demás, me perdiste el gusto y te cansaste de mirarme de verdad”.

Camino despacito porque tengo tiempo y no quiero sudar. Recibo los piropos diarios durante los diez minutos de trayecto (del apartamento a la oficina) y me doy cuenta de que, con tantas distracciones, olvido el desayuno. Me detengo en la fuente de sodas a la que iba contigo (cuando me querías), y pido un desayuno: 

— Un croissant solo y un café negro, por favor. Sí, para comer aquí —le digo al chico de la barra, anticipando su pregunta.

Me siento en una de las mesitas metálicas que siempre me parecieron tan futuristas, y espero que salga mi pedido. En la mesa de al frente hay un viejito leyendo el periódico, yo lo imito, saco mi diario matutino y, de vez en cuando, mis ojos lo buscan por encima del papel. Me siento una niñita y dejo de pensar en ti.

Mi orden llega justo a las 9:05, y ya no puedo jugar con el señor. Me llevo el croissant a la boca, y, antes de que llegara a probarlo, el anciano dobla su periódico y se levanta de la silla. Mira en mi dirección, le sonrío. Él repite el gesto, se aleja con lentitud y se desdibuja entre la creciente multitud de personas que minuto a minuto van inundando las calles. Me puse triste, porque mi acompañante secreto se fue y continuo comiendo sin otra distracción.

Después me voy a la oficina. No quiero contarte cómo es mi día en la oficina, tú lo sabes. Unas correcciones por aquí —entre puntos y comas se me va el día. A veces pienso en ti, a veces me pregunto si estás con la otra follando en el cuarto de la fotocopiadora, mientras los demás almuerzan. Yo no almorcé, los viernes tú me llevabas a almorzar. Te espero un rato, pero sé que no vienes. Me llama mi papá, todo bien, sólo me extrañan un poco. Pongo mi disco de Bruce Springsteen, me gustan sus brazos, ojala los tuyos fueran así. Continuo trabajando.

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06:22 p. m.

Suena mi celular, ya casi todos en la oficina se iban. Eres tú, para mi sorpresa.

— ¿Aló? —pregunto confundida.

— Hola, Mariana —me dices con una voz divertida—. ¿Todavía estás en el trabajo? Te llamé a la casa y no estabas.

— Sí, aquí sigo. Tenía que terminar unas cosas, pero ya estaba por irme a la casa —mentí.

— Qué bueno que ya terminaste, porque te voy a ir a buscar como en diez minutos. Quiero verte.

— ¿Ah? ¿Estás en el carro? Yo pensaba que no te iba a ver hoy…

— Bueno, es una sorpresa. Espero que no hayas hecho planes, porque ya estoy cerca
—me dices entusiasmado—. Arréglate y nos vemos abajo.

Colgaste…

Corro al baño, y me miro al espejo desconcertada. Primero, debo quitarme la cara de no haber dormido en toda la noche. Mucho maquillaje, un peine, un cepillo de dientes y un poco de perfume. “No deberías verlo, debes dejarlo plantado”, ¡cállate, voz estúpida!

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07:03 p. m.

Odio tu sinceridad y ese talento tuyo para enredarme en estas cosas. A veces preferiría que nunca te hubieras aparecido en mi vida y que fueras sólo un obrero más que me toquetea con los ojos.
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02:18 a. m.

No sé cómo lograste convencerme, pero aquí estamos otra vez. Me amarras con tus brazos y duermes plácidamente. Me pregunto si ella te esperará.

Quería empezar a ser sincera contigo, así que escribí esto, para que sepas cómo se siente ser la otra.





5 comentarios:

  1. Todo depende del espejo con que se mire (vive).

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  2. precioso post!!
    ;D
    un besazo wapisima
    xx

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  3. Escribes muy lindo, me gusta!
    saludos desde México!
    :)
    http://modacapitalblog.com

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  4. Ahh se me olvido decirte que ya te sigo! :D
    y que te invito a que tambien te pases a conocer mi blog, espero que te guste ;) jiji
    Un besito! Muakkks!

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